En El ruiseñor de Keats y en De las alegorías a las novelas Jorge Luis Borges comenta, de entre tantas de esas expresiones inmortales, una idea del poeta Samuel Taylor Coleridge según la cual, todos los hombres, absolutamente todos, nacemos platónicos o aristotélicos. El linaje de Platón cree que idea, universal, clase, orden y género son realidades; los hijos de Aristóteles ven ahí generalizaciones y al lenguaje como juego simbólico. Estos intuyen individuos, no representaciones. Para el hijo de Platón el lenguaje es la proyección misma del universo. Del lado de Platón: Agustín de Hipona, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Francis Bradley; del de Aristóteles, Locke, Hume, William James, Franz Brentano. Incluso hay algunos que se hicieron a los dos padres —creo que esto es lo mejor, pues si estamos forzados a nacer de uno, vivimos obligados a abrazar al otro, así seremos verdaderos; Gottlob Frege, Edmund Husserl y Max Scheler, por ejemplo, lo fueron—. En las arduas escuelas de la Edad Media, dice Borges, por no decir imposibles o espinosas, se invocó el nombre de Aristóteles cuando la razón y el nominalismo ondearon sus banderas, pero los realistas son los platónicos. En Deutsches Requiem el juicio del escritor argentino es más concreto: que solo haya dos linajes es equivalente a la declaración según la cual no hay debate de carácter abstracto que no sea un momento de la polémica de Platón y Aristóteles.