Jesucristo, a través de su icono del Crucificado, en aquella iglesita de San Damián, se encuentra con Francisco Bernardone y le habla a su corazón. El corazón de Dios se abre para aquel buscador, iluminando las tinieblas que asaltaban sus sueños juveniles. La mirada profunda y cercana del Crucificado, al igual que sus brazos extendidos, acogen su persona e historia… el Evangelio de la Cruz cambia sus inseguridades y dudas. El Santo Espíritu abre todo su ser, su mente y su corazón a todas las criaturas como hermano, con alegría y optimismo; con esperanza e ilusiones: puesto que “por el bien, siempre queda algo por aportar y hacer”.
¡QUE EL SEÑOR TE DÉ LA PAZ!