Durante años, después de haber librado numerosos combates políticos y culturales, Gabriel García Márquez vivió recluido en su «laboratorio» como el coronel Aureliano Buendía. Ninguna aparición en público, ninguna entrevista, ninguna fotografía reciente. Pero el 8 de diciembre de 2011, en La Habana, el pintor Franco Azzinari inauguró una exposición enteramente dedicada al premio Nobel de literatura.
Nuccio Ordine establece una relación simbólica entre el estatuto paradójico del retrato y la poética de Cien años de soledad: la relación entre identidad y diferencia, tal como se instaura en pintura entre el modelo y su representación, parece reflejarse en la repetición de lo mismo y en la diversidad que caracterizan a los personajes de la familia Buendía. En uno y otro caso, tanto en los retratos como en la novela, la repetición significa siempre algo diferente. La exposición cubana se convirtió en ocasión de releer algunas magníficas páginas de una obra maestra que ha conducido a muchas generaciones a reflexionar sobre los temas de la soledad y del tiempo, del amor y del eros, de la revolución y de la represión. Lo que nos dice la fantástica saga de Macondo, con los medios de la literatura, es precisamente lo que los historiadores no han tenido el coraje de contar.