El ejercicio de convocar a este evento y seleccionar los trabajos finalistas lleva consigo algunas consideraciones que debemos compartir con el lector curioso y avisado que se acerque a este libro.
Uno advierte momentos claves en la ejecución de los diferentes trabajos, en su preparación; instantes que muy probablemente van desde las expectativas de los concursantes hasta las de los mismos jurados. Al fin son estos quienes han de fallar, luego de leer casi sin tregua, los cientos de trabajos que llegan a sus manos.
Una primera mirada, lo más juiciosa posible, indica que muchas obras, dada su desigual calidad, han sido enviadas simplemente para concursar. No había otra alternativa y los autores se dijeron: “vamos a ver qué pasa”. Aquí la certeza de enviar trabajos larga y sensatamente elaborados no existe. Y, entonces, hay que preguntarse: ¿a qué hora escribieron? ¿Qué leyeron? ¿Cuál ha sido su formación como lectores?
Preguntas que han de ser formuladas a cada persona que se sienta a escribir, a todo aquel que decide en algún momento de su vida ser escritor. Quiere decir, en otros términos, que se trata de un asunto serio. Y los concursos, aunque a veces se crea lo contrario, se convocan para gente que escribe y no para aquellos que desean ganar un concurso. Se trata de ponerse a prueba con otros y ante otros, de mostrar calidad y trabajo paciente.