La Organización Mundial de la Salud -OMS- (2016, p.1) señala que: “anualmente, más de 800.000 personas se quitan la vida y muchas más intentan hacerlo. Cada suicidio es una tragedia que afecta a familias, comunidades y países y tiene efectos duraderos para los allegados del suicida”.
El comportamiento suicida va desde la ideación en sus diferentes expresiones, pasando por las amenazas, los gestos e intentos, hasta el suicidio propiamente dicho. La presencia de cualquiera de estos indicadores (ideas, amenazas, gestos e intentos) debe considerarse como un signo de alto riesgo en el individuo que los presenta.
La relación entre el suicidio y los trastornos mentales es bastante estrecha, sin embargo, no quiere decir que quienes no tengan un trastorno mental se encuentran exentos de esta conducta suicida, puesto que se han presentado casos que se producen impulsivamente como respuesta a una crisis que afecta la capacidad de afrontamiento ante las dificultades de la vida, tales como los problemas financieros, la ruptura de relaciones de pareja o familiares, o los dolores y enfermedades crónicas.