Mis pasos siempre han sido dados en los pasillos de los conventos o en torno a ellos, porque no soy monje de clausura. He encontrado la felicidad en vivir mi vocación. Confieso que la plenitud no la he logrado conseguir, y creo que no la conseguiré sino al final, pues son muchos los halagos, son demasiadas las propuestas, son grandes los atractivos. Todo esto me ha ocasionado tropiezos. De allí que mi camino es seguir en busca del infinito.
Soy consciente de que estas memorias no son ejemplarizantes ni edifican a nadie. Posiblemente interesen a quienes conmigo siguen las huellas de San Francisco de Asís por el mismo camino. Si Agustín de Hipona, en el zenit de su existencia, pudo decir: “tarde te amé hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé”, yo lo único que puedo afirmar, parodiando al santo, es: temprano te conocí y hasta ahora no te he amado. ¿Por qué? Por mi inconstancia y negligencia, por mi falta de coherencia entre lo que digo y lo que hago.