En los últimos años el tema de la ciudadanía ha vuelto a tomar relevancia, ya que en este se concentran e integran las exigencias de justicia, pertenencia a la nación y capacidad de ligar los derechos individuales al Estado. La ciudadanía contribuye a constituir la democracia desde distintas perspectivas, una de las cuales está relacionada con la identidad. Autores como Charles Taylor plantean que la política actual se centra en la necesidad y, en muchas ocasiones, en la exigencia de reconocimiento de identidades plurales que comparten, no sin tensiones, una vida en común. Así las cosas, si la identidad se establece por vía del reconocimiento, al menos parcialmente, una ausencia del mismo puede causar daño o distorsión, incluso una manera de opresión. En el liberalismo, la ciudadanía encuentra en el pluralismo la posibilidad de expresar las diversas doctrinas o el reconocimiento de la diversidad cultural o personal. La cuestión que plantea el pluralismo cultural a las democracias liberales es si el Estado puede funcionar –y si sus economías pueden hacer lo mismo– basados en la distinción entre ciudadanos y no-ciudadanos. La cuestión es si los Estados pueden seguir excluyendo a los no-ciudadanos.