Se ha llegado a decir que el nihilismo constituye la raíz de todos los males que aquejan al hombre de hoy. Muchos, seguramente, suscribirían esta afirmación, pues ante la ausencia de sentido, de valores absolutos, ¿qué le queda al hombre? Nada: la noche eterna, el vacío, cada vez más profundo, en que se sumerge. Y, sin embargo, podría ser todo lo contrario. El nihilismo tal vez no sea la raíz o el caldo de cultivo donde se gestan los males del hombre de nuestros días, sino, justamente, el “remedio” de esos males. Quizá la raíz de todos los males no resida en la ausencia de lo absoluto, sino en la presencia omnímoda de eso absoluto que devora todo lo que no es tal.
Todos esos problemas de nuestra cultura, supuestos o no, no hallan su fundamento en la ausencia de verdad, sino en los diversos modos que los humanos hemos pergeñado para, de manera justificada, lógica y coherente (¡racional!) ejercer la violencia sobre los otros (humanos o no). Aquí reside la riqueza de la propuesta filosófica de Gianni Vattimo. Su hermenéutica ontológica nihilista se erige como una apuesta por una forma de pensamiento que, en lugar de alentar, disuelve las posibles y supuestas razones que permitirían justificar la violencia.