Compilador y editor académico: Andrés Felipe López López
[…] Como tiempo, el Renacimiento va desde (las bisagras) Dante Alighieri y Giotto di Bondone hasta el siglo xviii, aunque esto, todavía, es motivo de discusión. El va y el hasta, además, se aplica al espacio geográfico donde tuvo lugar y en donde produjo sus frutos: Italia, Alemania, España, Francia, Inglaterra, Bélgica, Suiza, Holanda, Polonia, Rusia, y de algunos de estos, mezclado con el Gótico, por poner un ejemplo de mezcla, a otros espacios del globo. Y lo renacentista… ¿En qué consiste dicho carácter del espíritu humano al que podemos llamar renacentista?, ¿en qué consiste ser renacentista? Sería una petulancia dar una definición terminada en un texto tan breve como este, pero sí menciono algunos de los aspectos, propiedades o atributos de la unidad llamada ser renacentista, espíritu renacentista: para mí es inalienable la búsqueda de totalidad del conocimiento, la procura de armonía del saber científico, con el artístico y el práctico; también, el amor a la belleza formal y a la belleza viva que son redivivas en el arte, la literatura, la ciencia, la arquitectura y la ingeniería, y de aquí sus visitaciones al cultivo de las ideas en las Grecia y Roma clásicas (visitaciones que son revisitaciones, pues antes las iniciaron los hombres de la Edad Media); asimismo, la elevación y centralidad del ser humano en tanto que creador, que es una forma de divinización, gracias a la correspondencia entre microcosmos y macrocosmos, entre el hombre y el universo —aunque podría verse también por la otra dirección: la humanización de lo sublime, de lo divino. En lo que se puede descubrir una de las influencias que el Renacimiento tuvo en el artista romántico William Blake—. De esta última característica de lo renacentista deriva otra: la fe, la esperanza o la confianza en poder llevar a cabo, con el suficiente trabajo, cualquier empresa del conocimiento lógico, estético y práctico. […] [A]sí como decimos que somos románticos cuando nuestra voluntad es imaginal, inventiva, tentadora, metafísica, exaltada, intensa, reflexiva y autoconsciente hasta lo metapsicológico, así, análogamente, ¿podemos afirmar que somos renacentistas cuando somos racionalmente universales?, ¿o cuando amamos la belleza arquetipal que cobra vida en las obras?, ¿o cuando nos hacemos alumnos de los clásicos griegos y romanos?, ¿o al encarnar a Dios —muchos románticos dirían al encarnar al Genio—? No responderé por el lector, pero sí por mí: la respuesta es sí, en esos temperamentos somos renacentistas. Del prólogo de Andrés Felipe López López.