Cualquier definición que se establezca para caracterizar lo que es la filosofía se relaciona, entre otras cosas, con el contexto en que esta se erige. Sin embargo, ello no quiere decir que la filosofía sea algo relativo acerca de lo cual se puede decir cualquier cosa. En efecto, la filosofía debe considerarse tanto en su carácter universal y abstracto como en su aspecto particular y concreto. Lo primero puede entenderse desde los criterios generales que exige la reflexión filosófica, como por ejemplo, la problematización de un aspecto trascendente en uno de los campos en los cuales se desenvuelve la filosofía; lo segundo implica una relación más específica desde donde y para quienes se orienta el pensar filosófico. Ambos aspectos posibilitan un espacio de diálogo para la crítica y el análisis objetivo de la realidad que le es propia a los seres humanos. Así, se puede afirmar que la tarea del filósofo no está limitada al pensar puro –especulativo– sino que busca moverse en el equilibrio entre lo universal y lo particular. En otras palabras, se puede decir que el filósofo está llamado a pensar para sí y a dar a entender dicho pensamiento a otros.